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En los últimos dos días presenciamos con horror manifestaciones de violencia en Bogotá: la muerte de un hombre presuntamente debida a dos policías que hicieron uso excesivo de su fuerza en nombre de la ley y una ola de vandalismo y protestas que dejan como resultado más muertos y cuantiosos daños en toda la ciudad.

Ser una institución educativa nos sitúa en una posición en la cual no podemos hacer caso omiso a estos hechos, sobre todo porque el conflicto tuvo lugar en zonas en las que viven o frecuentan buena parte de nuestros estudiantes, profesores y demás integrantes de la Comunidad Leonista. Debemos expresarnos, pues hechos como los de anoche influyen, querámoslo o no, en los procesos formativos de nuestros estudiantes y en la vida de nuestros trabajadores.

El colegio tiene que ser un lugar en donde la realidad se decanta, se separa de las pasiones y emociones que despierten los hechos.  La dinámica educativa tiene que servir para encontrar explicaciones a los absurdos, identificar la causa de los problemas y, ojalá, prevenir situaciones dolorosas. Ante los eventos lamentables que enlutan de nuevo la ciudad tenemos la oportunidad de encarar verdades que rutinariamente evadimos, bien sea porque las obligaciones nos desbordan, la complejidad de los hechos nos intimida o cualquier otra razón.

Es ahora cuando la Responsabilidad Crítica debe servirnos para leer una coyuntura y fijar posturas ante las fuerzas y los intereses que chocan para el dolor de la ciudad. Ante tantos abusos (unos recientes y otros que hacen parte del nutrido archivo negro de la impunidad), ¿no debemos repensar (nunca abolir, nunca condenar a sus integrantes por cuenta de algunas excepciones) las fuerzas del Estado? ¿Cómo recuperar la confianza en una autoridad que se ve manchada por las excepciones condenable de algunos de sus miembros? ¿Por qué es tan difícil para quienes ostentan el poder admitir errores y pedir perdón?

Por su parte la Ética del cuidado nos brinda herramientas para encontrar respuestas diferentes a la violencia cuando nos duele la injusticia y el abuso del poder. ¿Cuál es el efecto de responder a la violencia con más violencia? ¿Es la destrucción la única manera para salir de una situación Tan compleja y asfixiante? ¿No somos lo que repudiamos cuando adoptamos sus formas y su discurso?

Enfrentar la realidad siempre será incómodo. Podríamos vivir de espaldas al conflicto que nos golpea las venas, ignorar las heridas abiertas con las que amanecen nuestros días, hacer caso omiso a los llamados al cambio que nos hacen las calles, las zonas rurales y las comunidades castigadas por indiferencias históricas. Pero, como entidad responsable de un futuro mejor, preferimos negarnos el hipnotismo del statu quo. Y preguntar, analizar, apropiarnos de la realidad más allá de los maniqueísmos viscerales.

Colombia arde. Dependerá también del diálogo que entablemos en casa, en las clases, en nuestras reuniones de trabajo si éste fuego significa una destrucción sin remedio o la gris ceniza que aterriza en nuestros pies ofreciendo capas de fertilidad y la esperanza de la siembra.

Equipo Directivo