En la soledad del salón sentí a los pupitres reclamar la presencia de los niños. Los juguetes sin vida esperan volverse de nuevo héroes y bebés con mamás que les den un tetero y papás que preparen un tintico en su cocinita de fantasía.

Casi alcanzo a escuchar los carros chocando cuando dos de ellos resuelvan jugar a las carreras. Los anaqueles de los libros reclaman la presencia de las letras para ser leídos con entusiasmo por vocecitas que inventan diálogos mientras cuentan cuentos a sus amigos o a un peluche sin ojos.

Los materiales quieren enseñarles los trazos y las ventanas ser atravesadas por las curiosas miradas de los adultos que los encuentran fascinantes siempre.

Esas miradas que quieren encontrarse con las suyas y que no las encuentran porque están ocupadas aprendiendo cada cosa de su salón. Del patio tengo que decir que el pasto parece llamar a esos piecitos a correr para sentirse vivo de otra forma.

Los parques y los materiales arrumados parecían descansar y soñar con el regreso a clases, solo para escuchar el bullicio y sentirse acariciados por lo que es la vida de un colegio: Los niños.

Los maestros en nuestras aulas frente a los computadores queríamos como desde hace nueve meses entregarles lo mejor de cada uno. La granja con su nueva cara miraba con curiosidad a quienes la mirábamos con nostalgia y esperanza.

Los leones dibujados con caras de niño que vigilan sigilosos los corredores indicando cómo cuidarnos eran voces silenciosas que esperan ser vistas y escuchadas por ellos, la razón de nuestro Max León.

Recordé como siempre a mi madre que decía que aunque al volver a clase no nos encontremos con los mismos niños, siempre encontraremos con caritas deseosas de aprender, nos encontraremos con los hijos de sus hijos y con otros niños y encontraremos en sus ojos la esperanza de una humanidad que contra todo pronóstico puede ser siempre mejor.

No seremos los mismos

Recordé que efectivamente no seremos los mismos, ni los niños, ni los padres, ni sus maestros, seremos otros porque esta pandemia ha sido la maestra por excelencia de nuestra humanidad.

Supe que no los espero yo, sino que los estamos esperando, todos los esperamos, a cada uno. Que el miedo a la muerte no nos robe la vida, los estamos esperando desde hace 9 meses.

¡Estamos esperando a estos nuevos nosotros que ahora somos!

María Clara Castrellón

Docente Pre Kínder