(Naipes con García es un espacio de comunicación y reflexión entre el colegio con la comunidad, donde abordamos temas de interés y actualidad, escrito por Robert Max Stenkist, actual Gerente del colegio).

Hace menos de un mes la misión Mars 2020 de la NASA logró que el robot Perserverance diera su primer paseo por el “planeta rojo”.

Después de 480 millones de kilómetros recorridos, el vehículo recolecta muestras para que, una vez de regreso a la Tierra en el año 2031 aproximadamente, sepamos si algo que habitó allí puede ser rastreado.

Las noticias y las charlas informales se llenan de vocablos futuristas, antes reservados para conocedores: grúa celeste, separación del escudo térmico, estructura de retrocohetes, Sample Retrieval Lander (SRL), estación meteorológica extraterrestre…

No es la primera misión de exploración marciana que logra su objetivo, pero el momento del éxito de esta difícilmente puede ser más paradójico; mientras el universo se amplía para la especie humana, mientras equipos trabajan para que algún día nuestros astronautas puedan pisar suelos extraterrestres, mientras la imaginación y el trabajo en equipo nos expanden las fronteras de lo conocido, una partícula logró que nos tuviéramos que encerrar para evitar nuestra extinción.

Lecciones aprendidas

Son ya varias lecciones que nos deja este periodo de quietud obligatoria sobre nuestra conformación íntima y sobre nuestra genética colectiva.

Tal vez empuñando la prudencia como estrategia frente a la incertidumbre, muchas familias del mundo aplazaron o cancelaron de manera definitiva sus planes de conformar una familia más numerosa.

En diciembre y enero, España reportó un número de nacimientos 22.6% más bajo con relación al año anterior.  La última entrega de la revista Forbes anuncia alrededor de 300 mil nacimientos menos en Estados Unidos con respecto al 2020.

¿Será la especie humana, como las cheetahs, los rinocerontes blancos o los pandas gigantes, parte de la lista de aquellos animales que no pueden reproducirse en cautiverio?

Tal parece que necesitamos de una pandemia global para enterarnos de que la libertad (o al menos un amplio margen de maniobra) es ineludible para creer en nuestro propio futuro.

Quizás el encierro también nos sirva como vitrina para seguir el rastro de un antepasado depredador en nuestra genealogía

Entre barrotes algunos animales hieren a sus cercanos y terminan destruyéndose a sí mismos; en México durante el año 2020 se registró un promedio  de 25 llamadas por violencia familiar cada hora, algo cerca a 220 mil en el total anual, de acuerdo con el reporte actualizado del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP).

A nivel global, el grueso de las víctimas son las de siempre: mujeres, jóvenes y niñas de estratos medios y bajos que ven su vida afectada por esquema sociales y políticos que las invisibiliza detrás de titulares más robustos.

La autodestrucción de nuestra especie no se manifiesta solo por la violencia física

El maltrato a las mujeres es evidente en aspectos laborales (NP las trabajadoras de la salud en Colombia, por ejemplo ganan 28% menos que sus colegas hombres, incluso teniendo estudios más avanzados) y educativos (NP en octubre del 2020 la UNICEF afirmaba que unos 11 millones de niñas no retomarán sus labores escolares por tener que asumir labores en el hogar, quedar embarazadas o ser la prioridad secundaria en la planeación familiar en caso de contar con hermanos).

De esta manera, si no construimos un sistema económico y judicial más equitativo, si no eliminamos de una buena vez la misoginia de nuestra cultura, el bienestar de la especie seguirá declinando y, con esto, las nuevas generaciones recibirán un camino lleno de minas para su futuro.

Cualquier futuro posible de la especie debe contemplar estrategias más inteligentes y sostenibles para que una de sus fuerzas vitales, uno de sus dos ventrículos cardíacos, encuentre más bienestar. 

Hay que tomarse muy en serio cualquier manifestación de violencia focalizada en un grupo racial, género, movimiento u otro segmento.

Sobre todo en tiempos en los cuales la convivencia se da más allá del espacio y del tiempo a los que estaban acostumbradas nuestras manías, pesares y alegrías.

Avances en telecomunicación

A menudo celebramos los “avances en telecomunicación” sin pensar que cualquiera de sus formas son prolongaciones de nuestros bienes y carencias como especie.

El ciberacoso, el “grooming” y demás amenazas propias del universo digital son una realidad que en tiempos de pandemia hemos podido conocer mejor.

En septiembre del 2020, cerca del 55% de los jóvenes usuarios de Internet de Latinoamérica y España que hicieron parte de un estudio, confesó haber sufrido de algún tipo de trauma por ciberacoso. Los casos dramáticos alcanzan a toda la región y ya los esfuerzos de padres e instituciones escolares empiezan a verse.

Un ejemplo es la Fundación chilena Katy Summer nació a raíz del suicidio de una joven de 16 años que, con una prometedora carrera como cantante y compositora, una avantajada posicipon social y un hogar cálido y estable, decidió quitarse la vida por el acoso sufrido en redes sociales.

“Nos falta como adultos reconocer nuestra ignorancia.

Nos tenemos que poner la mano en el corazón y reconocer que por ignorantes no identificamos, no vemos, criticamos, minimizamos, comparamos cuando éramos chicos y no somos capaces de informarnos, reconocer y aprender, y por culpa de esto estamos perdiendo niños, niñas y jóvenes”.

Fundadora y madre de Katy Summer.

El conocimiento sólo puede darse a partir de reconocer la dimensión de ignorancia en la que se habita. En otras palabras, admitir los límites o las incapacidades propios es el primer paso que debe dar todo aquel que quiera considerarse maestro.

Debido a ello. el aprender no es ese capital atesorado por fieros guardianes que justifican su posición en la carencia del otro, mucho menos en la sociedad del conocimiento.

Aprender es un proceso dialéctico en el que participan, por un lado, un presente maleable, elástico y vertiginoso y, por un lado, un pasado que mira su trayectoria buscando lecciones y huellas.

El vacío, espacio limpio para moverse y crear nuevas formas

El deber de cualquier colegio no es solamente informar a padres y estudiantes sobre las oportunidades y los riesgos del presente. Debemos ser fuentes de diálogo para aprovechar las primeras e impedir que los segundos paralicen el impulso que traen consigo las nuevas generaciones.

Un evento como la pandemia y sus consecuencias no puede prevenirse, como tampoco puede estudiarse tras los primeros meses de su llegada.

El tiempo es nuestro mejor aliado de aprendizaje y para esto debemos ser los primeros en demostrar la flexibilidad y la voluntad de acomodar nuestros preceptos a las sorpresas con las que la realidad nos saluda de vez en cuando.

Así, sin importar si se trata de un equipo internacional para buscar vida en otro planeta o poniendo en marcha estrategias para impedir que el mundo siga viendo sufrir a las mujeres, buena parte del bienestar y el desarrollo humano radica en la confianza que podemos depositar en los otros.

Durante años, los debates sobre políticas financieras a nivel estatal llegaban a un punto muy tenso cuando se trataba de definir cuál debería ser el porcentaje destinado a cubrir a los cesantes o veteranos incapacitados. Antes de la pandemia el PIB de la mayoría de los países destinado a ello nunca alcanzó niveles significativos.

Así, en el 2018 Dinamarca, el típico ejemplo de “generosidad” estatal, destinó un 1,9% del suyo a cubrir sus programas de reentrenamiento y asistencia a los desempleados.

Seguridad social

Hechos como la elección de Joe Biden y muchas balanzas políticas inclinándose hacia un Estado más cálido con su fuerza laboral, parecieran indicar que quienes sobrevivimos la pandemia tenemos la necesidad de contar con “una malla de seguridad social” que proteja desde las madres gestantes a los trabajadores cuyas habilidades se han visto atrofiadas por las razones que sean.

Si a Marte llegan las naves ensambladas y dirigidas por científicos de diferentes países podemos esperar que los humanos en la Tierra se muevan en tejidos de solidaridad más firmes.

Si llevamos décadas reconociendo la necesidad de un mundo más equitativo deberíamos ser capaces de aprovechar los dramas del COVID y avanzar en una convivencia más serena, cercana y sostenible.

Al menos en eso invertiremos buena parte de la información que podamos recolectar durante estos meses.

Ya contamos con muestras valiosas para sacar conclusiones

Las semanas que han pasado nuestros estudiantes en el marco de la semipresencialidad ya nos da cómo saber sobre los procesos de aprendizaje de jóvenes y adultos que han tenido que enfrentar la pandemia.

Nosotros al principio temíamos que los cambios de rutina causaran traumas o incomodidades en la población más jóven de nuestra comunidad, pero lo cierto es que en la gran mayoría de los casos ellos, los niños y niñas de nuestro colegio, supieron acomodarse las exigencias de su momento histórico.

Entonces, los vimos regresando a clases entusiasmados, ansiosos por ver a sus niños y volver a habitar los espacios del Colegio, siempre cumpliendo cuidadosamente con la aplicación de los protocolos de bioseguridad que en casa habían interiorizado.

No nos sucedió así con muchas madres y muchos padres de familia

Las encuestas empezaron a llegar tarde, un número de descuidos hacia las normas que nosotros fijamos como escudo contra contagios en nuestro seno nos obligaron a detener el ritmo con el que queríamos volver a nuestra rutina escolar.

¿Sería un fenómeno de nuestra comunidad? ¿Hablarían estos casos en nombre de la ligereza y el desconocimiento de una tendencia más generalizada?

Corroborando nuestras sospechas

Consultamos a algunos colegios de nuestra zona y nuestro círculo de sana competencia y otros de diferentes estratos o localización; todos comparten las medidas estrictas de cuidado que hemos implementado al poner en marcha la educación presencial con alternancia.

En casi todos los casos el número de padres de familia que se toma a la ligera las precauciones que hemos establecido contra el COVID-19 (y sus variaciones que le permiten seguir en el aire de los días que pasan) resulta frustrante, es altísimo.

Entonces es un reflejo de la apatía que a veces nos caracteriza como sociedad y a la que se debe por lo menos una gran parte de los problemas de Colombia.

La ética del cuidado es un pilar pedagógico más vigente que nunca

“Yo me cuido para cuidarte” es la frase de la que dependió la salud de los hogares durante los meses más duros de la pandemia.

La cual todavía debe ser recordada cada vez que una madre, n padre o un acudiente prepare a un estudiante para su jornada presencial. Del cuidado de cada uno depende el bienestar de todos y todos debemos ser una garantía de bienestar para cada uno.