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Pandemias y educación

Por Robert Max Steenkist

 

Esta no es la primera pandemia que afecta a la humanidad. Pasado el pánico y las medidas estatales de emergencia, mientras esperamos a que las famosas “curvas” de contagio empiecen a aplanarse (contamos con la disciplina y el sentido común de todos los ciudadanos), desde el encierro prudente podemos, como Cicerón, tratar de aprender de la historia e identificar algunas lecciones que nos dejan pestes anteriores:

 

Paul Furst / Wikimedia Commons

Paul Furst / Wikimedia Commons

De acuerdo a reportes de los médicos papales Chalin de Vinario y Guy de Chauliac, la peste bubónica dejó más de 25 millones de muertos en la Europa que empezó en 1340 y duró unas tres décadas más. Se llegó a culpar a judíos y otras minorías de crearla y expandirla y se los masacró, expulsó y trató de manera cruel. Pero el Papa Clemente VI los indultó y ordenó parar tan irracional holocausto: la muerte por enfermedad, señoras y señores, no distingue entre órdenes religiosas, clanes por diezmos, jerarquías sociales o árboles genealógicos. ¡Fuera de este tiempo con sus charlatanerías de castigos divinos y extremismos de fé! 

 

Sintiéndose arrinconada por el contagio, desamparada por un clero incapaz de aliviar el horror biológico, buena parte de la humanidad se dió a la errancia en procesiones flagelantes. Otros, más cercanos a la vida, fijaron las bases de una conciencia del carpe diem o de “disfruta el día”: ante la inminencia de la muerte, goza; aprecia tus días en la tierra porque te quedan pocos. En El Decamerón de Boccaccio, obra de ingenio, bromas y enseñanzas vitales que constituye una de las columnas de la literatura mundial, Pampinea, reina del grupo de doncellas que huye al campo alejándose de la peste y convocan a jóvenes cantautores para amenizar su cuarentena, les advierte en un auténtico gesto contrario a la culpabilidad católica: “que nadie traiga noticias que no sean alegres”.

 

El número de huérfanos, especialmente en los seis primeros años de la peste, fue tan alto que muchas de las fortificaciones (antes destinada a retener a invasores y ejércitos contrarios) tuvieron que ser adecuadas como internados para criarlos. La educación, que durante el feudalismo anterior era un privilegio de casta o responsabilidad aislada de cada familia, empezó a ser motivo de preocupación pública. Con el 60% de las poblaciones desoladas, los líderes sobrevivientes tuvieron que velar porque las nuevas generaciones constituyeran pronto una nueva fuerza laboral contra la miseria. La enseñanza de los oficios manuales (subvalorados por reyes y señores feudales otrora dueños de la vida y de la muerte) llevó a que relativamente pronto Europa encontrara las bases de una nueva clase social que desde las ciudades impulsara el futuro del comercio, la cultura y la ciencia.

 

La técnica adquirió mucha importancia. Aparecieron, entre otros, el papel, el reloj mecánico, la aplicación de la pólvora a las armas de fuego, los altos hornos, la imprenta o el sistema de biela-manivela. Con esto Occidente volvió a ser atractivo para los mercaderes del más saludable oriente. Todo esto fue producto de una conciencia que partió de un sentido laico del tiempo, un sentido de la precisión y de la previsión que llevaron al estudio más a fondo de la naturaleza y sus fenómenos, como lo explican los especialistas Alberto Tenenti y Ruggiero Romano. Apareció la experiencia como referente de evolución de pensamiento y en torno a ella un modelo de educación que vería su culmen décadas más tarde, cuando Leonardo Da Vinci aseveró: ““A mi parecer, son vanas y llenas de errores las ciencias que no han nacido de la experiencia, madre de toda certidumbre, y que no acaban en una experiencia definida”. Si el hombre por alguna razón aún nacía esclavo la experiencia y sus lecciones podían liberarlo.

 

El jardín de las delicias

Hieronymus Bosch – El jardín de las delicias

Si bien aislados entre ellos, los escribas empezaron a consignar la memoria del mundo y las hierbas, las estrellas, los compuestos químicos, los viajes reales y fantásticos, entre otros, empezaron a nutrir las bibliotecas. El uso del latín se empezó a estandarizar en la comunidad científica como un tenue y frágil hilo conectando islas para el beneficio del conocimiento. Esto no solamente garantizó la comunicación entre los estudiosos, sino que empezó a nutrir las lenguas provinciales con términos y estructuras.

 

En su libro La Baja Edad Media, Jacques Le Goff explica por qué Europa había llegado a un estancamiento comercial, cultural, económico y demográfico en 1340. Sin obviar el dolor y el horror que causó la pandemia debemos asumirla como un evento que desafió a la humanidad, la cual supo dejar atrás una época de señoríos malsanos, condenas basadas en supercherías, sobreexplotación de los recursos naturales, entre otras. Una de las consecuencias que tuvo la Peste Negra para la Educación fue un modelo pedagógico que, para contrarrestar la emergencia humanitaria de su época, fijó el (re)nacimiento de una mentalidad rigurosa, planeadora, curiosa, consciente de su vulnerabilidad y la de su planeta, una que marcaría el rumbo de la economía, las artes y las ciencias del globo por los siglos de los siglos.

 

Es natural que nos aferremos a lo conocido y que por ello no cuestionemos nuestras rutinas o los detalles de nuestra existencia hasta que algo contundente y dramático amenaza nuestro modus vivendi. Entonces reevaluamos lo que dábamos por sentado: la mano cordial que estrechábamos en señal de confianza y respeto, el abrazo al amigo por la calle, el beso en la mejilla a través del cual indicábamos que la relación con una persona desconocida podía pasar a un grado más íntimo.

 

Como lo advierte Pablo Jaramillo, Director General de la Alianza Educativa, la confianza en el otro será uno de los aspectos que más tardará en restablecerse. El Colegio era ese centro de interacción por excelencia, una especie de paradigma de encuentro con pares y personas diferentes. Para volver a esto (si es que podemos) tendremos que cambiar el precepto que ha instalado la pandemia de que el otro es una potencial amenaza. Esto en un contexto que nos anima a usar tapabocas y guantes, a evitar en lo posible el contacto con el otro, es muy difícil.

 

Sin embargo ya hay indicios que estamos abriendo canales de confianza en el otro que no estaban pensados. El hecho de que los colegios estén ya instaurando modelos de aprendizaje en donde el terror hacia “la copia” se sustituye por, por ejemplo, el desarrollo de guías pedagógicas de la mano de padres de familias y compañeros de curso, implica que la confianza en las capacidades de cada uno se instalan sobre la vigilancia y el control.   

Docente

La relación docente-estudiante es uno de esos preceptos que desde ya debemos dar por reinventado. Rousseau parece abanicarse con su Emilio mientras nos mira burlón, especialmente desde el aparte en el que recuerda que son las madres y los padres quienes deben velar por la educación de sus hijos y no los tutores privados, como empezaba a ser la costumbre en siglo XVIII. La nueva educación deberá ofrecer soluciones, programas y actividades para padres de familia que se ven en aprietos al ver que el colegio ya no puede recibir a sus hijos mientras ellos atienden sus jornadas laborales. Cualquier colegio, sea éste público o privado, pasará a ser parte de la familia, pues presta sus servicios para un nuevo tipo de sociedad que debe aprender a vivir en el hacinamiento forzado. 

 

Desde el inicio de la era de información (hablemos de 1945 con la aparición de fotografías análogas miniaturizadas multiplicadas para patrones de bibliotecas y otras instituciones que usaban la archivística) el papel de los profesores dejó de ser el de transmisores de la verdad. Con la democratización de la información el talento y el tiempo de los maestros puede ser usado en estudiar y proponer “procedimientos en la construcción de pensamiento”, como lo llama Brigitte Baptiste.

 

Leonista en clase virtualEl tiempo (cuyo laicismo debemos en parte a la Peste Bubónica, esa tatarabuela del COVID-19) enfrenta hoy en día una relativización muy desafiante. Los colegios calcaron su disposición del tiempo de acuerdo a las jornadas laborales de los adultos desde la revolución industrial: durante siglos sentamos a nuestros estudiantes en filas rectas, preparando las mentes jóvenes para los carriles industriales; sonamos la campana como lo hicieron en factorías y talleres para anunciar pausas y para volver a las tareas. Tal vez debamos agradecer a la pandemia por la oportunidad de explorar otras posibilidades de formar mentalidades, entender mejor el tiempo en los cerebros aún libres de quienes van a lidiar con nuestra vejez.

 

Para las dinámicas familiares el tiempo de encierro puede traer consecuencias inesperadas. Tristemente las estadísticas de violencia doméstica se elevan y el números de denuncias cae dramáticamente. Sin embargo también aparecen oportunidades. Es así como los adultos de núcleo familiar se ven más o menos obligados a tomar parte de los procesos escolares de los más jóvenes. Incluso toman parte activa del aprendizaje: repasan álbumes de fotos, enseñan oficios caseros o habilidades por medio de hobbies en común.

 

John McWhorter acierta cuando dice “at home one learns to talk; at school one learns to speak”. Su frase no tiene una traducción exacta al español, pues el verbo “hablar” en nuestro idioma no reconoce los matices de formalidad y profundidad que separan a los verbos “to talk” y “to speak” en lengua inglesa. Una aproximación sería “en casa aprendemos a hablar, en el colegio aprendemos a usar el lenguaje”. La escolaridad nos permite evolucionar de un hablar de manera informal y meramente práctico a un segundo plano de comunicación: el formal. En el colegio aprendemos a formar argumentos, a componer textos que nos ayudan a expresar ideas complejas y a armar productos de lenguaje que superan la necesidad de satisfacer necesidades primarias o secundarias. Un lenguaje bien enseñado permite darle forma a raciocinios, emociones y expresiones que componen nuestra identidad y que pueden ayudar a otros a hacerlo.

Niños leyendo

 

Para entender los usos que los estudiantes harán del lenguaje en el contexto que dejará la cuarentena del COVI-19 debemos entender su entorno natural de comunicación. Al uso rampante de las redes sociales que venimos experimentando, al menos desde finales de la década de 1990, deberá sumarse la virtualidad y sus actividades en la que ocupan casi todas las horas nuestros jóvenes. No basta con aceptar que los términos “tuitear”, “googlear” e incluso “wasapear” ya hacen parte del argot cotidiano de niños y adultos. Los vocablos llenan vacíos, iluminan de manera eficiente espacios, cosas y actividades que antes no existían. La lengua y sus variaciones es de quienes la usan, los expertos y las normas vienen siempre después.   

 

El uso del lenguaje se afectará invariablemente, no necesariamente solo de manera negativa. Suficiente han alertado académicos especializados, lingüistas y profesores sobre el empobrecimiento del uso de los idiomas por culpa de Internet. Sin embargo, existen suficientes entusiastas que ven en la pandemia un uso de las nuevas tecnologías que pueden incentivar el multilingüismo, el rescate de lenguas en peligro de extinción y la construcción de una identidad más global con la ayuda de las redes sociales.  

León

Dependemos de que cada persona cuide de sí para que la pandemia no se salga de control. Si todos partimos de la primicia de que somos potenciales portadores de la muerte para otro o, mejor, de que cada uno de nosotros es responsable de que muchos se salven, este COVID-19 pronto será parte de nuestra historia. En este mismo orden de ideas, la pandemia dicta una nueva ruta para una educación del autocuidado, una ética que hace al individuo responsable de un entorno que empieza en su propio ser. Así como la supervivencia de la especie depende de la conciencia de sí mismo, la educación será por fin volcada al auto aprendizaje. El tutor será quien prepare ante los ojos del estudiante la caña y se la entregue, el estudiante el encargado de aprender a leer la corriente y los demás signos del pez. Como nunca antes los colegios somos los campos de práctica en donde el pensamiento libre puede ser alentado para volar por su cuenta cada vez más alto y cada vez más lejos.

 

Los oficios retoman valor para reactivar mercados. En economías que entendieron las lecciones que dejaron la Enfermedad holandesa y otras consecuencias nocivas de las economías dedicadas de manera más o menos exclusiva a la extracción, sin invertir en educación, investigación o productos más sofisticados, se alienta desde hace mucho tiempo la atención a la manufactura, a la nobleza de los oficios manuales, a la conciencia que lo artesanal otorga a la cadena de producción, sus minucias.

 

Para superar y poder aprovechar una pandemia no conviene el pánico, menos la superstición (ni hablar de los diezmos). No podemos esterilizar el universo. Debemos asumir nuestra condición de especie vulnerable a microorganismos poderosos e imparables. Conviene pensar que nuestra relación con el entorno debe ser más saludable. A lo mejor la pandemia real de la Tierra fue la especie humana y el CoVID-19 es el anticuerpo planetario que busca combatirlo. De una nueva educación depende de que en un futuro cercano la peste de la que hacemos parte se instale sin más dramas en el mundo y que pronto podamos identificar cómo es que empezó a forjar nuestro futuro.

 

Bibliografía:

Tenenti, Alberto y Romano, Ruggiero: Fundamentos Del Mundo Moderno Edad Media Tardía.

Ledermann, Walter: Una historia personal de las bacterias, Sociedad chilena de infectología, RIL editores, Santiago de Chile 2007. 

https://www.lavanguardia.com/cultura/culturas/20200411/48386825438/epidemias-pandemias-gripe-espanola-peste-negra.html

http://agendapublica.elpais.com/que-nos-dice-la-historia-sobre-el-impacto-economico-de-las-pandemias/

https://www.lavanguardia.com/historiayvida/edad-media/20170217/47311697782/como-cambio-a-europa-la-peste-negra.html